Por la Lic. Silvia Courreges
- peregrinandoamc
- 15 jun 2021
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1- La alegría de los que anunciamos “…una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo.” (Lc. 2,10)
Quise titular este primer apartado de la reflexión sobre la Carta Apostólica en forma de “Motu Proprio” del Papa Francisco sobre la institución del ministerio laical de catequista con un texto del evangelio de Lucas. El anuncio del Ángel a los pastores por el nacimiento de Jesús, el Salvador, la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo. Y lo recordé al comenzar a leer el Motu Proprio, porque para nosotros, catequistas, esta novedad, esta invitación que nos está haciendo Francisco al ofrecernos desempeñar este ministerio es una invitación a renovar la alegría del seguimiento de Jesús, el Señor.
Esta es una carta mediante la cual el Papa, Pastor de la Iglesia Universal, comunica oficialmente una decisión que ha tomado en referencia a una determinada cuestión que interesa a la Iglesia. En este caso puntual, instituye el ministerio laical de Catequista. Y, como dice en el número 8 del texto, lo hace “después de haber ponderado cada aspecto…” que tenga que ver con la importancia de esta decisión pastoral. De esta manera, el ministerio del catequista es considerado por Francisco como un servicio especialmente necesario para el crecimiento de la Iglesia de nuestro tiempo.
“El ministerio de Catequista en la Iglesia es muy antiguo.” Así comienza el texto de Antiquum Ministerium (AM) y el Papa nos va mostrando la importancia que dicho ministerio ha tenido para la vida de la Iglesia de Jesús a lo largo de los siglos.
La carta de San Pablo a los Corintios (1Co12, 4-11.28-31) que el Papa cita, hace expresa referencia a lo que se ha dado en llamar la tríada de oficios carismáticos: apóstoles, profetas, maestros. En ella, San Pablo ofrece a la comunidad una extensa enseñanza acerca de la diversidad de carismas que el Espíritu suscita en la comunidad y la importancia de reconocer entre ellos los más valiosos para el anuncio del Evangelio. Una cita de Gálatas (6,6) en la que Pablo hace una puntual recomendación a los cristianos de esta comunidad en referencia al ministerio de los catequistas. Finalmente, Francisco toma al evangelista Lucas (1,3-4) para mostrar su específica forma de enseñanza como un modelo de solidez y de fuerza evangelizadora.
En referencia al Magisterio de la Iglesia, los textos del Concilio Vaticano II, son fundamentales a la hora de recordarnos que “la Iglesia ha percibido con renovada conciencia la importancia del compromiso del laicado en la obra de la evangelización” (AM 4). Dei Verbum 8, Lumen Gentium 30-33, Ad gentes 17, dan cuenta de esta conciencia eclesial y ponen de relieve el aporte que los laicos cristianos hacemos al mundo con nuestra vida y nuestro testimonio evangélico.
El Magisterio de los papas Paulo VI, en el Motu Proprio Ministeria quaedam (1972) y en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (1975). Juan Pablo II en la Cathechesi Tradendae (1979) y el mismo Francisco, principalmente en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (2013) y Fratelli tutti (2020), se constituyen también en referencias insoslayables de Antiquum Ministerium para recordarnos el sentir común de la Iglesia sobre el valor del ministerio catequístico en la misión evangelizadora. Esta importancia se ve reflejada también en las contribuciones de los Directorios catequísticos que fueron redactados con el fin de orientar la delicada tarea de la catequesis, en la promulgación del Catecismo de la Iglesia católica y en los catecismos, regionales, nacionales y diocesanos que ponen “en primer plano la instrucción y la formación permanente de los creyentes.” (AM, 4).
Finalmente, el testimonio de tantos hombres y mujeres que a lo largo de la historia, pasada y presente, han entregado su vida “en la difusión del Evangelio a través de la enseñanza catequística.” (AM, 3)
Este breve pero medular recorrido histórico que realiza el Papa Francisco tiene la intención de despertar en los catequistas de la Iglesia, plantada en todos los continentes, Pueblo de Dios extendido hasta los confines de la tierra, el deseo de recuperar y actualizar el Ministerio de la catequesis.
2- “En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común” (1Co 12, 7)
¿Por qué es tan importante que haya algunos catequistas que sean instituidos ministros de la catequesis? ¿Cuál es la importancia de esta condición de ministro?
La búsqueda de respuesta para estas preguntas nos permitirá repasar el significado de algunos términos que usamos habitualmente en nuestro vocabulario pastoral y que aparecen en el texto de Francisco que estamos comentando.
Desde los comienzos de su misión evangelizadora, la Iglesia percibe que las comunidades tienen personas con distintas capacidades, distintos dones, hoy diríamos, con distintas habilidades y que eso hace crecer a las comunidades, es beneficioso para ellas. Asimismo, se da cuenta que esos dones son necesarios para que el Evangelio se extienda y para que la iglesia vaya edificándose. Ahora bien, esos dones poseídos por los cristianos en las comunidades, son considerados como dones del Espíritu. Se los llama carismas, es decir, regalos de Dios, gracias con las cuales el Espíritu Santo bendice a las comunidades para que puedan realizar la misión que Jesús les encargó. Bienes recibidos para poner en común, gracias personales del Espíritu para el servicio de la comunidad cristiana, para su crecimiento y extensión. Dones, carismas, gracias que Dios da a cada uno para el bien común. Es así que, todo carisma recibido nos convoca a compartirlo.
Dentro de esa diversidad y abundancia de carismas, se encuentra el don de la enseñanza de la fe. Jesús enseña y envía a sus discípulos a enseñar y siguiéndolo a él también se suscitan maestros en las comunidades cristianas. Cuando San Pablo habla de la enseñanza usa un término técnico que es catekeo, poco usado en el Nuevo Testamento, pero cuyo significado preciso es instruir sobre el contenido de la fe. Ya en los mismos textos del Nuevo Testamento descubrimos ese oficio docente, ese magisterio del Evangelio. Leer las cartas de Pablo o de los demás apóstoles y discípulos, nos permite percibir su condición de maestros del evangelio. El catekeo era, justamente, la instrucción que se ofrecía a los que querían recibir el bautismo.
Para realizar esta tarea de enseñanza, Pablo nos dice que hay un carisma, un don, una gracia que algunos reciben y el hecho de ser receptor de ese don nos hace comprometernos para poder darlo a la comunidad, como un servicio para la vida de la comunidad.
Aquí aparece entonces, otro aspecto muy importante para la vida de la comunidad cristiana. Lo llamamos diaconía. Palabra muy común en el vocabulario del Nuevo Testamento. Tiene que ver con la actitud existencial del cristiano de total donación de la propia vida al seguimiento de Jesús y al anuncio del Evangelio.
El primer gesto diaconal es el del mismo Jesús que se entrega, sirve a la humanidad con su muerte y resurrección. Así, toda actividad que en la Iglesia se realiza en favor de los hermanos es también una diaconía, un servicio, en nombre de Dios para el mundo entero.
Los documentos del Concilio Vaticano II anteriormente citados consideran este aspecto universal de la diaconía. La iglesia como servidora de la humanidad, empática con las exigencias de su tiempo. Iglesia diaconal que entrega el evangelio sintonizando con los gozos y las esperanzas, con las tristezas y las angustias de la humanidad. Tomando como modelo la entrega generosa de Jesús por la salvación del mundo, esta diaconía eclesial se entiende como una salida al encuentro del otro, en actitud de solidaridad y de compromiso evangélico con los hermanos.
El concepto de ministerio es la traducción latina del concepto griego de diaconía. La Iglesia sabe que tiene necesidad de una gran diversidad de dones para el anuncio del Evangelio y reconoce que “el Espíritu del Señor Jesús, fuente perenne de la vida y la misión de la Iglesia, distribuye a los miembros del Pueblo de Dios los dones que permiten a cada uno, de manera diferente, contribuir a la edificación de la Iglesia y al anuncio del Evangelio.”(1)
Así, desde antiguo, la Iglesia tiene la costumbre de instituir públicamente a algunas personas en las comunidades para que de manera permanente pongan al servicio de la comunidad los carismas recibidos del Espíritu. El ministerio es pues, un servicio reconocido públicamente por la Iglesia, prestado por el cristiano, quien se pone a disposición de la comunidad y su misión de forma estable.(2)
En tanto y en cuanto la humanidad va recibiendo el mensaje del Evangelio en esa medida crece la comunidad de los creyentes en Cristo. Ese es el sentido del crecimiento de la iglesia: la iglesia crece cuando el mundo reconoce a Jesús, adhiere a él y lo sigue.
Hay ministerios que son más estables, más firmes, permanecen en el tiempo, por ejemplo, la enseñanza de la fe, la catequesis, es un ministerio que continúa en el tiempo, se despliega a los largo de los siglos. Lo que se modifica son las maneras, los estilos, la metodología, los instrumentos para realizarla. Pensar cómo Dios va suscitando en cada comunidad los carismas necesarios para la comunicación de la fe y ver la acción del Espíritu que crea y recrea la Iglesia constantemente, provoca en el corazón de los creyentes en general, y en los catequistas en particular, una gran alegría y una acción de gracias al Espíritu, dador de vida, que hace nuevas todas las cosas.
3- “Compórtense de una manera digna de la vocación que han recibido.” (Ef. 4,1)
El Papa Francisco nos convoca seriamente a asumir esta responsabilidad instituyendo en nuestro siglo XXI el antiguo ministerio laical de catequista. La llamada del Papa a ejercer esta vocación, nos recuerda que los catequistas somos a un mismo tiempo “testigos de la fe, maestro y mistagogo, acompañante y pedagogo que enseña en nombre de la Iglesia.” (AM, 6)
En el mismo sentido lo expresa el Directorio para la Catequesis, publicado para la Iglesia universal en 2020: “La vocación al ministerio de la catequesis surge del sacramento del Bautismo y se fortalece con la Confirmación, sacramentos por los cuales el laico participa en el oficio sacerdotal, profético y real de Cristo. Además de la vocación común al apostolado, algunos fieles se sienten llamados por Dios para asumir el papel de catequistas en la comunidad cristiana, al servicio de una catequesis más orgánica y estructurada. Este llamado personal de Jesucristo y la relación con El son el verdadero motor de la acción del catequista. ..La Iglesia despierta y discierne esta vocación divina y confiere la misión de catequizar.” (122).
Asimismo, el Directorio recomienda que: “…la importancia del ministerio de la catequesis aconseja que en la diócesis exista, ordinariamente, un cierto número de religiosos y laicos, estable y generosamente dedicados a la catequesis, reconocidos públicamente por la Iglesia y que, en comunión con los sacerdotes y el Obispo, contribuyan a dar a este servicio diocesano la configuración eclesial que le es propia.” (123)
4- “Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt. 28,20)
Reconocer con humildad los dones recibidos y valorar lo que cada uno puede aportar a la comunidad. Ser comunidades cristianas abiertas, generosamente receptivas de los bienes de todos para enriquecimiento mutuo. Siempre dispuestos a dar razón de nuestra fe con entusiasmo apostólico. En comunión colaborativa con los obispos y sacerdotes para el anuncio de la Verdad que nos hace libres. Estas son algunas de las tareas que nos convocan en el ejercicio del ministerio de la Catequesis. 7
Confiamos que Dios, al llamarnos, acompañará hasta el final nuestra tarea con la fuerza de su Espíritu, verdadero protagonista de toda auténtica catequesis.
(1) Francisco, Carta Apostólica en forma de “Motu Proprio” Spiritus Domini, 10-01-2021.
(2) Cf. Ibidem.
Esta buenísimo muchas gracias
Buenas tardes Silvia, mi madre Elettra quisiera contactarte y no le quedó registro en su celular la semana pasada que se encontraron. Podrás contactarla? Muchas gracias!
Gracias Silvia!!! Muy bueno!!un abrazo 🤗
Excelente 👌