EL SILENCIO EN LOS ENCUENTROS DE CATEQUESIS FAMILIAR
- peregrinandoamc
- 29 abr 2021
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Actualizado: 3 may 2021
El hablar crea comunidad; por la palabra recibimos y compartimos. Sin lenguaje, el mundo interior nos oprimiría. La verdadera palabra libera. Pero debe ser verdadera y estar en relación vital con el silencio[1].
Los padres que llegan a los procesos de catequesis familiar traen los ruidos y los sonidos de la calle, de la oficina, de la fábrica, de la ruta, del barrio, del campo y de la ciudad. Traen las palabras de sus vidas y encuentran un espacio para el diálogo.
Los buenos encuentros de catequesis propician el diálogo. Las palabras de las vidas de los interlocutores se entrelazan tocando la mismísima experiencia humana que ellos han vivido. Pero, a veces, el ruido es más fuerte. El diálogo se prostituye en dinámicas conversacionales en las cuales algunos arrastran a los otros y no se logra pronunciar la palabra que viene del interior de cada uno.
Después habla Dios. Se proclama su Palabra. Algunos hacen silencio y el silencio les permite escuchar la voz de Dios. Otros se dejan habitar por ruidos diversos y, aunque están callados, no hay espacio en ellos para el silencio que sabe escuchar.
En los buenos encuentros de catequesis continúa el diálogo. Los interlocutores le responden libremente a Dios desde la hondura de su interior. Otras veces, los catequistas no dejamos espacio a este diálogo. Preocupados por lo que “tenemos” que decir o por lo que los catequizandos “tienen” que saber, convertimos el diálogo en discursos magistrales.
Si la catequesis familiar es, sobre todo, catequesis de iniciación o de reinciación, los catequistas hemos de ser verdaderos compañeros de camino. Caminar al lado, sin violentar, sin presionar, sin imponer... El camino de la iniciación cristiana es, en este sentido, un camino de silencio.
Los catequistas hemos de saber valorar el trabajo realizado por el grupo, evitando nuestras propias síntesis. Hemos de aprender a escuchar lo que dicen los catequizandos, valorando así el lenguaje de la comunidad eclesial que se expresa. Para pasar, de este modo, del sentido literal al sentido simbólico. Este paso de la opacidad a la iluminación y del texto al sentido es una verdadera “pascua del lenguaje”.
Más de una vez nos ha sorprendido la reflexión de aquel miembro del grupo que, habitualmente, permanece callado. O la actitud generosa de aquél de quien no esperábamos semejante testimonio. Es que Dios obra mucho más allá de nuestras palabras de catequistas. Dios trabaja fecundamente en los corazones que saben hacer silencio.
Para los grupos de catequesis en los que se deja espacio al silencio es más posible la experiencia comunitaria. Porque el silencio es condición para el diálogo, porque el diálogo es la búsqueda sincera de la verdad y porque alrededor de la verdad se reúne la comunidad. La verdad atrae, ilumina, arrastra por su propio peso. Las personas que poseen la capacidad del silencio, adquieren la comunidad con los demás en la verdad.
Ana María Cincunegui

[1] Guardini, Romano. “Cartas de autoformación”. Ed. Librería Emmanuel. 1983. Pág. 113.
¡Qué lindo lo que dices, Anita! Para llevarlo a la vida de todos los días y trabajarlo en un Mensaje encarnado...y hacer silenciar a ese yo que quiere aflorar siempre. Solo en silencio nos asomamos y podemos descubrir al otro, ¡que siempre nos sorprende y maravilla!