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LA PRESENCIA DE UNA GRAN AUSENCIA

  • Foto del escritor: peregrinandoamc
    peregrinandoamc
  • 6 oct 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 15 oct 2020

El amor no pasará jamás... En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor. (1)



¿Educamos con palabras o con ejemplos?


Más allá de las distintas corrientes que influyeron en la educación a lo largo del tiempo, esta pregunta estuvo casi siempre presente. Generalmente, en las distintas épocas, se fue destacando más uno o el otro término del binomio y esto ocurre, todavía hoy, con escaso carácter integrador. La habitual tensión entre un término y el otro nos lleva a los educadores (padres y maestros) a elegir por conveniencia, por la cantidad de tiempo que estamos dispuestos a invertir, por lo que se usa, por lo que otros hacen y por otra serie de causas bastante poco reflexionadas.


Es justo decir, sin embargo, que a medida que pasa el tiempo es más clara la opción por el ejemplo sobre la palabra. Antes, en el marco de una sociedad en la cual las instituciones eran más fuertes y respetables, los educadores recurrían preferentemente a la palabra. Lamentablemente, a veces esta opción se traducía en discursos doctrinarios que pretendían “estampar” las enseñanzas desde afuera y con modalidades autoritarias: “porque lo digo yo y se acabó.” Poco a poco y de la mano de muchos cambios en la sociedad, en general, y en la familia, en particular, fuimos aprendiendo el valor del ejemplo que favorece verdaderas experiencias educativas.


¿Qué hacer cuando los que tienen que dar el ejemplo no están? Todos sabemos que hay muchas razones por las cuales los padres no están: porque se fueron, porque trabajan mucho, porque están enfermos... ¿Quién da ejemplo entonces? Indudablemente, hay muchas respuestas a esta pregunta. Son diversas las situaciones y las posibilidades...Hay una historia que puede ayudarnos a contestar.



Una historia para compartir


Eran muy jóvenes y tenían toda la vida por delante. Irene y Daniel venían de vidas y de sueños diferentes. Un día se encontraron y soñaron un sueño nuevo, que tenía los colores y las pinceladas de ella y de él. Dejaron de soñar solos y empezar a soñar recíprocamente. El amor, que iba creciendo, les fue enseñando a renunciar a lo individual para armar un nosotros más generoso y fuerte. Se casaron y nacieron los hijos. El sueño se hacía realidad.


Un día, inexplicablemente, Daniel se murió e Irene tuvo que seguir sola, con el abrazo de sus padres y de su hermana. El miedo más grande que sintió, desde el primer momento de soledad, fue no poder enseñarles a los chicos todos los colores y las pinceladas de Daniel. Todas cualidades que ella no tenía o que, apenas, tenía a medias: una alegría a prueba de todo, un humor ingenioso, el amor al trabajo, su sentido de responsabilidad, una fortaleza y una generosidad sin límites...


¿Cómo iban a ser los chicos lo que estaban llamados a ser sin la presencia de su padre? ¿Cómo iban a construir su verdadera personalidad? Ésa que arranca en los orígenes, que está en los genes, que es don y tarea, que se hereda y que también se va configurando a lo largo de la vida. Irene no encontró respuesta hasta muchos años después, cuando los chicos crecieron. En ellos descubrió la misma alegría y el mismo humor de su padre. En unos, el amor al trabajo; en otros pudo percibir una generosidad sin límites y en todos, el sentido de responsabilidad y una gran fortaleza.


A pesar de la gran ausencia, los chicos fueron configurando sus personalidades con los colores y las pinceladas de Daniel y de Irene. Los rasgos de ambas familias aparecían con tonos nuevos en cada uno de los chicos. Poco a poco, Irene empezó a darse cuenta de que había gustos, gestos, modos, grandes y pequeñas cosas que ella no se había propuesto enseñarles y que le recordaban, indudablemente, a Daniel: el amor por el río, la elección del cuadro de fútbol, esa forma tan suya de ser padre, un don particularísimo para proteger y contener que, a veces, lo acercaba al riesgo y al peligro...


Irene no se propuso enseñarles todo eso, pero los chicos lo aprendieron. En la gran ausencia, el papá siempre estuvo presente y llenó, con su vida, la vida de sus hijos. Estuvo presente en los relatos, en las anécdotas graciosas, en los árboles que Daniel plantó y en las lágrimas que Irene no quiso esconder. Sus hijos eran tan chiquitos cuando él tuvo que irse que, seguramente, hay infinidad de cosas que ellos no saben de su papá. Pero, por el amor, él está siempre presente en sus vidas.


Por eso, a veces, no se trata sólo del ejemplo. También las palabras y las cosas educan cuando, por el amor, se hacen presentes, en la historia de una familia, la vida y el testimonio de quien está ausente. Es la presencia de una gran ausencia. Más que por la palabra o por el ejemplo, se educa por el amor porque la educación es cosa del corazón. Esta historia, como muchas otras, es una historia sin final. El amor no pasará jamás.



(1) Cfr. 1ª Cor. 13, 8. 13


Ana María Cincunegui


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