EN EL DÍA DE LA VIRGEN DE LUJÁN, HABLEMOS DE LA MUJER. MARÍA ES MUJER Y MADRE.
- peregrinandoamc
- 8 may 2021
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“Ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzados hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga.”[1]

1. ¿Qué dice la Iglesia cuando habla de la mujer?
Como tantas veces nos ocurre cuando leemos una cita del Concilio Vaticano II, podemos llegar a sorprendernos por la vigencia que ella tiene. Indudablemente, el Concilio tiene todavía mucho para decirnos y su pensamiento todavía no se ha desplegado y encarnado en plenitud en nuestras vidas.
Antes del Concilio y después del mismo la Iglesia habló reiteradamente de la mujer[1], de su vocación y misión. “Se trata de comprender la razón y las consecuencias de la decisión del Creador que ha hecho que el ser humano pueda existir sólo como mujer o como varón. Solamente partiendo de estos fundamentos, que permiten descubrir la profundidad de la dignidad y vocación de la mujer, es posible hablar de la presencia activa que desempeña en la Iglesia y en la sociedad.”[2]
Más recientemente, a través de los documentos de las Conferencias del Episcopado Latinoamericano y del Caribe se reflexionó paulatinamente sobre el papel y el protagonismo de la mujer en la Iglesia y en el mundo. El Documento de Puebla plantea elementos de sumo interés para calibrar la importancia del papel de la mujer en la Iglesia y en la realidad social. Reconoce la dignidad e igualdad de la mujer con el hombre[3], su misión en la Iglesia,[4] su presencia transformadora en la organización de la sociedad[5] y el reflejo de su rostro específico entre los pobres y oprimidos[6], por ser víctimas de una doble opresión y marginación.[7]
El Documento de Santo Domingo, fundamentado en la Carta de San Pablo a los Gálatas[8] que dice “no hay hombre ni mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo”, proclama la igualdad fundamental de los seres humanos, dado que todos somos iguales en Cristo. Las mujeres forman parte constitutiva de la misión encomendada a la Iglesia: Evangelizar; por tanto, deben ser aceptadas y valoradas en la comunidad eclesial y en la sociedad “no sólo por lo que ellas hacen, sino sobre todo por lo que ellas son.[9]”
Años más tarde tiene lugar el acontecimiento de Aparecida, en un contexto en el que se han profundizado las brechas de injusticia y exclusión en el Continente. Nuevas formas de pobreza y de injusticia se manifiestan en torno a la mujer: discriminación social, política y económica; tráfico de personas, esclavitud, acoso sexual y las migraciones obligadas... A pesar de todo esto, como en la otra cara de la moneda, fue creciendo notablemente la presencia de la mujer en la sociedad, en la educación, en la política, en el mundo empresarial, en los medios de comunicación, en la Iglesia... La situación es compleja y ambigua, puesto que persisten las graves barreras que aún hoy se ponen para que muchas mujeres expresen plenamente sus dones y capacidades.
La mujer es valorada en el Documento de manera insistente, aunque no exclusivamente, desde su misión materna. “La maternidad no es una realidad exclusivamente biológica, sino que se expresa de diversas maneras. La vocación materna se cumple a través de muchas formas de amor, comprensión y servicio a los demás...”[10] Por otro lado, Aparecida no sólo hace una denuncia incisiva de las múltiples formas de violencia, exclusión y discriminación de la mujer en sus diversas etapas de la vida, sino que también destaca la conciencia de las relaciones entre clase, raza/etnia, género y generación: “las mujeres pobres, indígenas y afroamericanas han sufrido doble marginación. Urge que todas las mujeres puedan participar plenamente en la vida eclesial, familiar, cultural, social y económica, creando espacios y estructuras que favorezcan una mayor inclusión”[11]
Entre las múltiples valoraciones que el Papa Francisco suele señalar acerca de la mujer, elegimos ésta. En la homilía de la Eucaristía del pasado 1º de enero, él afirmó: “En el vientre de una Mujer Dios y la humanidad se unieron para no separarse nunca más. También ahora, en el cielo, Jesús vive en la carne que tomó en el vientre de María. Ella es mujer y madre. Esto es lo esencial. De ella, Mujer, surgió la salvación y, por lo tanto, no hay salvación sin la mujer”. Y continuó diciendo: “A pesar de que las mujeres son fuente de vida, ellas son continuamente ofendidas, golpeadas, violadas, inducidas a prostituirse y a eliminar la vida que llevan en el vientre.”
2. De los feminismos al feminismo[12]
Puede sorprendernos que usemos la palabra feminismo en plural. La complejidad del concepto y su evolución a lo largo de los años ameritan suficientemente el uso del plural y la distinción entre diversas concepciones de feminismo. Por el carácter y las limitaciones de este texto no vamos a poder agotar todas las acepciones que hoy coexisten y que han tenido mayor o menor desarrollo e influencia a lo largo del tiempo.
De todas maneras, en el actual escenario de confusión y de fragmentación donde los pañuelos de distintos colores[13] nos separan y estigmatizan, vale la pena que nos detengamos, al menos inicialmente, en esta reflexión que podrá ser profundizada luego en otra instancia: “¿qué es el (verdadero) feminismo, qué ha sido el feminismo en su encarnación histórica y qué puede ser el feminismo (bien entendido) como fuerza transformadora de la realidad social, como idea/fuerza que nos permita llegar a una organización social más justa y equilibrada?[14]”.
Si hacemos, desde esta perspectiva, un rápido recorrido a través de la historia de la humanidad nos encontraremos con un panorama que podemos suponer de antemano. Salvo rarísimas excepciones, el lugar y el rol de la mujer, en las diversas culturas, fue secundario con respecto al varón y estuvo casi siempre ligado al hogar y a la crianza de los hijos. La historia está poblada de nombres de mujeres que lucharon por la igualdad[15], por su derecho al voto, para poder realizar estudios universitarios y para poder desempeñarse en distintos ámbitos de la sociedad. Las dos guerras mundiales produjeron cambios profundos en muchos órdenes y también en la cuestión que nos ocupa. Debido a la muerte de millones de hombres, un gran número de mujeres se incorporaron al mundo del trabajo[16].
Todo este itinerario de lucha por ocupar en la sociedad un lugar que le estaba vedado a la mujer por su condición femenina corresponde al llamado feminismo de la igualdad. Éste es actualmente un lugar ganado en casi todas las culturas, aunque en muchas ocasiones la igualdad se manifiesta más en las tareas que se realizan fuera del hogar mientras que la mujer sigue siendo, generalmente, la primera responsable de las tareas hogareñas y, muchas veces también, de la educación de los hijos. Este feminismo ya no eleva tantos reclamos, aunque persiste en cierta medida en la sociedad actual occidental y está siempre atento, por ejemplo, para tildar de sexista cualquier forma de amabilidad o galantería, incluso las mejores intencionadas.
La década del ’70 trajo una nueva concepción de feminismo: el feminismo de la diferencia, fundado en la superioridad de la mujer sobre el varón. “Para poder afirmarse plenamente la mujer aspira a independizarse del varón en todo sentido. En lo sexual, la autonomía respecto del varón propicia el lesbianismo; para la maternidad, dado que el niño es reclamado como un derecho de la mujer, se acude a la fertilización asistida, ya ampliamente disponible para todas y sin requisitos previos; finalmente, la gestión autónoma del cuerpo femenino se manifiesta a través de un supuesto derecho al aborto legal, libre y gratuito.”[17]
Y el itinerario continúa... Los ’90 trajeron una nueva concepción: la perspectiva de género. Este término fue empleado por primera vez en 1995 en Beijing durante la IV Conferencia Internacional de la Mujer, convocada por la ONU. De este modo se inaugura una época en la que las identidades sexuales son consideradas simples reelaboraciones de cada cultura y, por lo tanto, lo que se considera propio de cada sexo no se debe a la naturaleza del ser varón o mujer, sino a la asignación que cada sociedad realiza en cuanto a la distribución del valor, del poder, de las conductas y expectativas.[18]
En esta secuencia de concepciones llegamos a la ideología de género. A partir de la perspectiva anterior, esta ideología “implica una lucha denodada contra cualquier afirmación de una naturaleza humana: ¿una verdadera rebelión de la creatura? La fuente de la energía de la rebelión es quizás la posibilidad, a través de intervenciones quirúrgicas, tratamientos hormonales, etc., de ser lo que uno no es.[19]”
Y hay, finalmente, otro feminismo: el de la complementariedad. “Ningún servicio exigido coercitivamente puede crear comunidad; sólo el servicio en clima de reciprocidad lo hace, y es la mejor manera de hacer fecundas las diferencias. Ese modo de servirnos de corazón unos a otros, varones y mujeres, en plena reciprocidad, se llama también amor.”[20] Las diferencias se encuentran y se reclaman mutuamente. Fragilidades y fortalezas coexisten armoniosamente en el encuentro. El vínculo alcanza la estatura de la reciprocidad en el misterio y en el gozo del amor generoso.
3. Nuestra Virgencita de Luján es la Mujer y Madre que hoy nos mira con los mismos ojos con los que mira a Jesús
María vivió en un tiempo histórico, conoció los códigos de la cultura de su tiempo y trascendió libremente sus eventuales condicionamientos, honrando la gracia plena de su Inmaculada Concepción durante toda su vida. Ahora, desde el Cielo, nos mira con los mismos ojos con los que mira a Jesús. Son ojos de Mujer, son ojos de Madre, son ojos que saben mirar...
Ella posa su mirada en sus hijos, buscando el interior de cada uno, porque mirar es mucho más que ver. Como hacen las madres, que en el trajín de las más diversas ocupaciones y demandas, saben mantener a sus hijos en la órbita de la mirada. Hay lugar para todos en los ojos de la Inmaculada. Ellos abrazan los pedidos, las lágrimas, la vida y la gratitud de cada uno de nosotros.
Ella conoce nuestras incertezas y nuestros interrogantes. No se escandaliza ante las oscilaciones culturales de cada tiempo. Ella, que vivió libremente con pureza virginal su femineidad, no nos recrimina nuestras búsquedas errantes en el aprendizaje de ser varones y mujeres. En la confusión de los pañuelos de distintos colores, en la vorágine de debates interminables, en la inminencia de la cultura de la muerte, Ella nos mira y nos espera.
María contempla el dolor y escucha el llanto de tantas mujeres violentadas, percibe la confusión y el sinsentido de hombres y mujeres presos de adicciones, de hábitos y de imposiciones culturales que lastiman y degradan. Recoge en su corazón aberrantes manifestaciones en contra de la vida y susurra a su Hijo palabras de perdón para quienes, en un frenesí de fanatismo, han llegado incluso a esgrimir su violencia contra templos e imágenes sagradas. Como hacen las madres, Ella abraza y perdona, calma y consuela. Como hacen las madres, espera de nosotros la capacidad fraternal de la comprensión, que no discrimina, que abraza, acompaña y educa.
María es la omnipotencia suplicante porque, como en Caná de Galilea, Ella todo lo puede en Dios. La Virgencita que un día quiso quedarse en Luján es, también, una sencilla muchacha de pueblo. En Nazaret compartió la vida con los hombres y mujeres de su tiempo. Recorrió los caminos escarpados y conoció la sequedad del clima, el calor del día y el frío de las noches. Ella hoy nos mira a nosotros recorrer caminos áridos de confusión y enfrentamiento en nuestra querida Patria. No es necesario alzar voces de agresión o de desprecio. Alcanza con ofrecerle, confiadamente, a la Madre los dilemas de esta incierta época de cambio. Ella le hablará al oído a Jesús y Él transformará el agua en el mejor vino.
Ana María Cincunegui
[1] Entre otros, varios discursos del Papa Pío XII y la Encíclica Pacem in terris del Papa Juan XXIII. Pablo VI expresó también el alcance de la femineidad como signo de los tiempos, atribuyendo el título de Doctoras de la Iglesia a Santa Teresa de Jesús y a Santa Catalina de Siena y además instituyendo, a petición de la Asamblea del Sínodo de los Obispos en 1971, una Comisión especial cuya finalidad era el estudio de los problemas contemporáneos en relación con la efectiva promoción de la dignidad y de la responsabilidad de las mujeres. También podemos mencionar, por ejemplo, la Carta Apostólica de Juan Pablo II Mulieris dignitatem y su maravillosa Carta a las mujeres de 1995. [2] Cfr. Juan Pablo II, Carta Apostólica Mulieris dignitatem, Nº 1, 15 de agosto de 1988. [3] Cfr. DP 317, 841, 847 [4] Cfr. D.P. 842-848 [5] Cfr. DP 1219 [6] Cfr. DP 834-838 [7] Cfr. DP 1134. Nota 331 [8] Gál. 3, 26 – 29 [9] Cfr. SD 108. [10] Cfr. DA 457 [11] Cfr. DA 454 [12] Fuentes consultadas: Gabriel Mazzinghi, Historia del feminismo, Academia del Plata, Buenos Aires, 2018 y Paola Del Bosco, Bases filosóficas de la ideología de género, Academia del Plata, Buenos Aires, 2016. [13] En un contexto social de cambio y de fragmentación muchos decidieron incorporar como prenda diaria diferentes pañuelos que identifican los diversos reclamos. Por esa razón es que cada vez son más lo que llevan en sus mochilas, muñecas, tobillos y hasta cabezas estos diferentes pañuelos. Los de color verde representan a quienes apoyan la ley de despenalización del aborto. Los de color celeste son utilizados por quienes apoyan la campaña "Salvemos las dos vidas", es decir por quienes se encuentran en contra del proyecto de ley del aborto. El violeta representa la lucha feminista en sí misma. Sin embargo, hay quienes lo utilizan en representación de "Ni una Menos". El rojo, por su parte, es utilizado como símbolo para pedir por una nueva ley de adopción.
[14] Cfr. Gabriel Mazzinghi, texto citado. [15] Algunas tuvieron un final trágico como la activista Emily Davison que murió en Londres durante una protesta y Rosa Luxemburgo (que había nacido en Polonia), intelectual y militante del comunismo alemán, muerta durante una sublevación en 1918. Otras tuvieron que hacer verdaderas peripecias para realizar sus estudios universitarios como la española Concepción Arenal (1829 – 1893, Licenciada en Derecho, periodista y escritora), quien asistió a la Universidad Complutense disfrazada de hombre (con el pelo corto, levita, capa y sombrero de copa), para salvar la prohibición que impedía la enseñanza universitaria a las mujeres. En 1912 Elvira Zamfirescu fue la primera mujer en el mundo que se recibió de Ingeniera en la Academia Real Técnica de Berlín. Una vez graduada, el Decano de la Facultad trató de disuadir a Elvira de que recibiera el diploma, y la exhortó a que volviera a ocupar el rol que “le correspondía” a la mujer.
[16] “Ya no habría vuelta atrás, pues la mujer era tan capaz – o más – que el varón, a la hora de realizar las muy diversas tareas que propone la vida moderna en el mundo empresarial, fabril, cultural, político....La lucha por momentos heroica, que sólo algunas mujeres se animaron a dar, se vio ahora consolidada por una avalancha de mujeres que en los países devastados por las Grandes Guerras (durante su trascurso, en el período de entreguerras, y finalizada la segunda guerra mundial) pudieron de manifiesto su enorme capacidad de trabajo y de sacrificio, muchas veces heroico, ya que al trabajo que desplegaban fuera de sus hogares, se sumaba con mucha frecuencia el trabajo de esposas y de madres, en medio de grandes dificultades materiales.” (Cfr. Gabriel Mazzinghi, texto citado)
[17] Cfr. Paola Delbosco, texto citado. [18] “El concepto de género ha surgido como herramienta lingüística para evidenciar que las identidades sexuales son inevitablemente reelaboradas por cada cultura, y que las atribuciones de importancia a cada sexo no son simple efecto de la naturaleza del varón y de la mujer, sino una verdadera distribución social de valor y poder, a través de la asignación de tareas, conductas y expectativas.” (Paola Delbosco, texto citado) [19] Cfr. Paola Delbosco, texto citado. [20] Cfr. Paola Delbosco, texto citado
[1] Mensaje del Concilio a las mujeres (8 de diciembre de 1965), AAS 58 (1966), 13-14
Como para pensar y repensar. Nuestras teólogas también insisten en hablar de "las mujeres", como en el caso de "los feminismos", en plural. Y no hay que tenerle miedo a la categoría de género para análisis de una realidad. Lo que no queremos es que se convierta en ideología. Seguiremos pensando. Y seguiremos siendo, cada una, un "modelo exclusivo" de mujer, único e irrepetible, y haciendo, como Nuestra Virgencita, "lo que hay que hacer".